sábado, marzo 07, 2009

Mi nueva web: Servicio de Redacción

Este post no es un artículo, pero es para contarles que abrí una nueva web en la que ofrezco mis servicios como redactora freelance, la cual pueden conocer ingresando aquí:

Servicio de Redacción - Periodista Freelance

Es sencilla, lo sé, pero para mí que no se nada de diseño, es un pequeño orgullo, estoy muy contenta con los resultados.

Para consultas por mis servicios, tienen allí mis datos de contacto.

Gracias por visitarla y difundirla!

Saludos, lectores, y pronto, ahora que tengo un poco más de tiempo libre, volveré con más notas.

martes, enero 20, 2009

A la playa con Mauricio

¿Qué se supone que son esas playas urbanas en la costanera? Porque no me van a decir que tirando un poco de arena, reposeras y sombrillas en el pavimento, ya tenemos una playa...

Me recuerda al "sucedáneo de " (de café, de chocolate, de casi todo) que tomaban en el magnífico "1984" de Orwell. Sucedáneo de playa.

Si no podés irte de vacaciones porque no te da la guita, o porque tenés que trabajar non-stop, o por lo que sea, ¡no importa! Vas a la playa en Buenos Aires.

Me parece mejor programa una pileta pública (quedan algunas...) un parque, ir a tomar sol a Palermo. Al menos esos lugares no están disfrazados de playa, son lo que son, sin etiquetas falsas.

La playa porteña me parece una gastada, un mal chiste propio de un Jefe de Gobierno que veraneó toda su vida en Punta del Este. ¿Tiene cara para decirle a los porteños que no pueden salir de la ciudad, que eso es "playa"? Si es playa, ¿por qué no veranea él ahi?

Me parece una ironía social. Un chiste ante la desigualdad ¿Demasiado paranoico lo mío? No lo creo. Todo tiene una lectura en esta vida. Mi lectura de la Playita Porteña es esa.

miércoles, marzo 05, 2008

JEVEL KATZ Y SUS PAISANOS

La canción del inmigrante


”Jevel Katz y sus paisanos”
(2005, documental)
Dirección: Alejandro Vagnenkos
Guión: Hernán Andrade
Producción Ejecutiva: Víctor Cruz

Cuando comenté a mi bobe (abuela, en yiddish) que iba a ver un documental sobre Jevel Katz (nombre que yo, sinceramente, jamás había escuchado hasta el momento), me comentó, con cierta nostalgia, que sus padres lo escuchaban, y que, junto a ellos, cuando apenas era una niñita, había ido a verlo al teatro.


Unos días después, también comenté el documental, en el templo, a algunas personas, y el resultado fue el mismo: todos ellos (de una generación que hoy tiene entre 60 y 70 y algo de años, todos hijos de inmigrantes) habían oído a sus padres hablar del cantautor, y en todos, aunque no lo explicitaran, se notaba una cierta ternura, quizá por la evocación de los padres, o también, probablemente, porque ellos les habrían hablado con cariño de esta entrañable figura.

Llegamos al Centro Cultural Rojas con cierta anticipación, para descubrir que ya se habían entregado todas las entradas para la función de las ocho de la noche, y por la gran afluencia de público, habían decidido agregar otra más ese día, a las nueve y media, y otras los dos próximos jueves (es decir, aún pueden ver el documental el 6 y el 13 de marzo).

Se notaba una gran expectativa entre quienes esperaban en el hall central del Rojas. Los diálogos en la fila previa a un espectáculo suelen ser muy interesantes. Hablan de lo que la gente espera, de los motivos por los que allí están, de cuál es, entonces, el “gancho” de lo que estamos por ver. Mucha gente mayor repitiendo el mismo comentario, el recuerdo de sus padres y de la infancia. Un hombre de mediana edad que cuenta a alguien que estudia yiddish y recita algunas canciones de las que estamos por escuchar. Muchos buscan en la película la historia de sus antepasados, además de la de Jevel Katz, y el documental no los va a decepcionar.

En una hora y diez, (“lo bueno, si breve...”) Alejandro Vagnenkos entrevista a alrededor de una decena de bobes y zeides (abuelos y abuelas, en realidad, ya muchos bisabuelos y bisabuelas), todos mayores de noventa años, quienes, recordando, en un principio a Jevel Katz, terminan también narrando las historias de la propia inmigración, la pobreza sufrida, las costumbres, sus familias, sus hijos y nietos.

Historias como las de ellos, historias como la suya, son las que cantaba Jevel Katz, a quien uno de los ancianos entrevistados definió perfectamente como “un músico del pueblo” (a modo de pincelada colorida, otro “músico del pueblo”, León Gieco, estaba sentado en las butacas del Rojas esa noche, tal vez, sintiéndose reflejado en la popularidad e ingenio de Jevel Katz). El joven cantautor entonaba los problemas de la inmigración, la pobreza y el conventillo, en el cual, tal como narra una de sus canciones, cada vez se mudaba un nuevo pariente, quedando todos apretujados en una humilde pieza.

Las letras de sus canciones, exceptuando algunos temas de amor, reflejaban la dureza de la época, de una generación de inmigrantes judíos que tuvo que inventarse a si misma para huir de la miseria, en un continente desconocido, y que logró, gracias a su enorme sacrificio y a una coyuntura económica algo favorable, que sus hijos sí tuvieran el futuro que ellos no pudieron tener, y al igual que los inmigrantes italianos, españoles y de demás añoradas regiones, pudo vivir el sueño de “m’hijo el dotor”, de enviar a sus hijos a la universidad, y verlos prosperar. Por eso, si bien Jevel Katz cantaba en “castiddish” (un cocoliche entre el castellano y el yiddish), su voz era un retrato perfecto de la vida llena de penurias y esperanzas de todo inmigrante de cualquier pueblo.

Sin embargo, a pesar de la dureza de los temas que trataba, lo hacía de un modo satírico, humorístico, sabiendo reírse de todo y de todos (hasta de sí mismo), hasta el punto de haber incluso transformado en sátira el Avinu Malkeinu (una de las canciones religiosas más solemnes de las Altas Fiestas judías), en una versión que narra cómo un hombre pierde sus pocas monedas jugando al dominó en algún café de la Avenida Canning, que cambió su nombre, pero nunca dejó de ser un punto neurálgico en la geografía de la judeidad porteña.

Y así, entre los difíciles relatos traídos en barcos, el grupo de abuelos entrevistados va reconstruyendo, en conjunto, la memoria de Jevel Katz. Muchos lo definen como “el Gardel judío”, tal vez por su extrema popularidad, o más probablemente por compartir con el zorzal la tragedia de haber muerto demasiado joven: Jevel perdió la vida a sus 37 años, en la que parecía una trivial cirugía de amígdalas.

Los testimonios se completan con el marco teórico que le dan el humorista y escritor Eliahu Toker, el intelectual Noé Jitrik, y la profesora de yiddish Esther Szwarc, quien, además de explicar varias letras de canciones, tarea en la que participan todos los entrevistados, echa luz sobre las dificultades del inmigrante para aprender y aprehender el español, y sobre cómo se van formando algunos términos del “castiddish”.

Entre todos, embebidos en las dulces y jocosas canciones de Jevel Katz, generan un producto tierno y entretenido, emotivo e hilarante, capaz de llevarnos de las lágrimas (evocando a nuestros propios ancestros) a la carcajada, que surge inevitable, tras escuchar las ocurrencias del cantante a quien Vagnenkos rescató del mar de la memoria colectiva.

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Más información, video del trailer y links en mi blog cultural "Rayuela" (click para acceder)


martes, marzo 04, 2008

Nuevo blog

Señoras, señoritas y señores, niños y niñas, hoy estreno nuevo blog. Eso no significa que vaya a abandonar este espacio, sino que abro uno nuevo en otra red de blogs (esta vez, la de Clarín.com) y con una temática más específica ("cultura", es decir, libros, música, artes plásticas, cine y teatro).

Mi idea es actualizar ambos en paralelo, cuando el tema sea adecuado al perfil de los dos blogs, y seguir escribiendo acá también de política, sociedad, y otros temas excluídos del otro blog.

A mi nuevo espacio lo bauticé Rayuela, y, como los padres que llaman a sus hijos Carlos, Laura o Ana, sé que no es original, pero el nombre me gusta y habla de mis gustos culturales también, así que, a pesar de que dudé, quedó esa denominación.

La url del blog es http://blogs.clarin.com/rayuela

Los espero en ambos blogs, a partir de ahora, y espero sus comentarios también, por supuesto.

Un saludo afectuoso,

Giselle

miércoles, enero 02, 2008

LITERATURA

El barrio del Ángel Gris



A la magia que, de por sí, posee el barrio de Flores, Alejandro Dolina le suma sus propias leyendas. Nadie cree en los fantasmas, pero que los hay, los hay...



El barrio es, para muchos, ese espacio donde simplemente vivimos, pero para otros, para los más románticos, es ese espacio que es parte del corazón, que entre sus calles encierra a los amigos, los primeros amores, los éxitos y frustraciones.

Así concibe Alejandro Dolina al barrio de Flores. Y si algo no falta en sus escritos, es la magia, la mística, además de los personajes melancólicos y entrañables. Los hombres que él coloca en el barrio de Flores son tristes e interesantes, tiernos y con una cuota de eterna búsqueda, de intentos fallidos que llevan a otros intentos. El poeta Jorge Allen, siempre enamorado de una mujer imposible o de un viejo amor, el escritor Manuel Mandeb, autor de una interminable lista de obras sobre trivialidades, el ruso Salzman, perdido en las garras del juego, o el músico Ives Castagnino, rodeado de melodías que dejó inconclusas...

En las calles de Flores, para Dolina, se encierran innumerables misterios, y estrafalarios personajes, como la mujer de la calle Aranguren que, por su belleza, muchos sospechan que es el mismísimo Diablo, o el contestador de reportajes, un hombre que dedicó su vida a ser un entrevistado profesional, aunque sin haber hecho nada importante.

Pero la estrella del barrio de Flores, el verdadero personaje principal de sus relatos, es el Ángel Gris. Él es el ángel del barrio de Flores, si es que cada barrio tiene su propio ángel. Los “Refutadores de Leyendas”, esos mismos que de niños se empecinaban en contarle a sus compañeros de escuela que Papá Noel no existía, prefieren no creer en él, aunque los “Cronistas soñadores” aseguran que el fantasma es real, tan real como la geografía del barrio al que Dolina homenajea.

Y hablando de esa geografía, según el “Atlas Secreto de Flores”, en alguna de las plazas del barrio hay un jacarandá que silva canciones. Cerca de la vía del tren, se encuentra el Corredor del olvido, que muchos dicen útil a la hora de olvidar tormentosas penas, aunque Manuel Mandeb halla intentado usarlo para olvidarse de uno de sus tantos amores, y lo único que consiguió fue olvidar la identidad de la señorita que amaba, pero la pena siguió intacta. También en la calle Pedernera, los geógrafos describen un almacén que vende objetos perdidos, donde uno puede recuperar, por ejemplo, su propia muñeca de la infancia...

Muchos misterios encierra el barrio de Flores, aún sin imaginar estas mágicas situaciones, y muchos más si queremos creer en las leyendas que con maestría nos relata Alejandro Dolina. Además, leer sus libros siendo vecino de Flores, es una experiencia mágica, que no es igual para quien desconoce dónde queda la calle Aranguren. Es maravilloso tomar algo de la inocencia de los “Cronistas soñadores”, e imaginar que, quizás, el diablo vive a cinco cuadras de nuestra propia casa, envuelto en el cuerpo de una hermosa mujer.

jueves, octubre 25, 2007

Quién dijo que todo está perdido...

Sugerencia...
Nos hacen creer, mediante encuestas de dudoso rigor (y justo la aspirante a emperatriz hablaba de rigor, ayer por la entrevista que le hicieron en "A dos voces"), que ya está todo cocinado. Nos hacen sentir que nuestro voto no puede influir, que está todo dicho.
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Yo no soy quién (ni tampoco me parece serio hacerlo) para decir "voten a fulano o a mengana", pero solamente sugiero una cosa, que, aunque resulte una perogrullada, muchos están olvidando: la verdadera democracia se trata de representatividad. Aunque sepas que quizás no gane, o tengas la certeza de que no va a ganar, votá con la razón y el corazón, y no con la desazón. Votá a aquél que creas que representa mejor tus ideas y valores, votá con alegría y con esperanza, porque nuestros viejos, cuando tenían nuestra edad, salieron a votar, después de una larga noche, con mucha alegría y apreciando el verdadero valor de la democracia. Hoy, el grueso de nuestra generación siente total indiferencia por la política y por las elecciones, ignorando que las decisiones políticas nos afectan a todos, y que la decisión que, en conjunto, tomemos este domingo, va a influír en el día a día de nuestros próximos años.
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El mensaje es simple, votá olvidándote de las encuestas, votá pensando en lo que dicen y prometen, pero principalmente en lo que creés que van a hacer. Votemos con confianza y esperanza, sabiendo que, a pesar de que nuestra democracia esté enferma y le falten una y mil cosas, está ahi, al menos, y podemos elegir quién nos gobierna. ¿Podemos elegir quién nos gobierna? Bueno, eso dependerá de nosotros.

miércoles, octubre 17, 2007

Cinco siglos celebrando la muerte

Les dejo posteada, acá también, la nota que escribí para la página de noticias de Radio Jai (donde estoy escribiendo ahora, los invito a pasar y leer, actualizamos todos los días http://www.radiojai.com.ar/) acerca del 12 de octubre. Es, de alguna forma, una versión un poco más "académica" y elaborada de la nota que escribí hace justo un año sobre el mismo tema, aunque la bronca y el sentimiento de asco ante la fecha, como notarán, sigue siendo el mismo.

Cinco siglos celebrando la muerte
¿La llamada “Conquista de América” es un hecho histórico para celebrar o para conmemorar con dolor? ¿Por qué celebramos un genocidio?.
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“Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia”, cantaba Baglietto. ¿Hasta dónde es propio hablar de un “descubrimiento” de América en 1492? Propongo comenzar a analizar el error desde lo lingüístico. Descubrir implica encontrar algo que nadie antes había encontrado. Y, a decir verdad, América siempre estuvo allí, con sus selvas y sus ríos, sus riquezas y miserias, sus imperios majestuosos y los humildes pueblos nómades.
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América, en realidad, fue descubierta hace alrededor de 40 mil años, durante la última glaciación. Al congelarse las aguas del Estrecho de Behring, se creó un “puente” que unió nuestro continente con el asiático. De allí, provinieron las primeras oleadas de pobladores. En migraciones que ocuparon varias generaciones, fueron descendiendo hasta ocupar, hace unos 9 mil años, la zona de Tierra del Fuego. Varios miles de años después, el europeo llegó y con su soberbia dijo descubrir una tierra perdida.
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Europa creyó ver en América un mundo no civilizado, ignorando, por ejemplo, las complejas economías del imperio Inca, los avances astronómicos de Mayas y Aztecas, la brillante arquitectura de estos mismos pueblos y los elaborados sistemas de valores. Despreció a ese mundo, era diferente, creía en otros dioses y hablaba otras lenguas. Entonces, comenzó la llamada “conquista”.
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‘Conquista’ significó la apropiación de las riquezas. Europa se enriqueció a costa de la explotación de América, cuyas riquezas, al no reconocer como “pueblo civilizado” a ningún pueblo aborigen, pertenecían por derecho a los conquistadores que las iban descubriendo. Así, el oro y la plata eran trasladados impunemente a Europa. Gran parte de las riquezas acumuladas por las naciones y la burguesía durante la época del mercantilismo, que hicieron posible, a posteriori, la llamada Revolución Industrial, provinieron de América.
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‘Conquista’ significó la imposición de una cultura y de una religión, por el simple hecho de creerlas superiores, y porque, además, veladamente, eran también instrumentos de dominación, y de legitimación de toda la conquista. La evangelización y ‘occidentalización’ del indio fueron excusas para que los más atroces crímenes se cometieran. Además, se negó la identidad de los diferentes pueblos aborígenes. Volviendo a lo lingüístico, notemos que se acuño el término ‘indio’ para todos los pueblos sin distinción, que eran, en realidad, un conglomerado de pueblos muy diferentes que sólo tenían en común vivir en América y ser objetos de la misma conquista, de la misma explotación. Un casual error de Colón (recordemos que creyó llegar a la India, y por ello habló él de ‘indios’) fue más fuerte que la identidad de estos pueblos. El término europeo, aunque errado, prevaleció.
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Pero, por sobre todo, conquista significó un enorme genocidio. ¿Soportaríamos que cualquier continente, nación, o grupo celebrara la Shoá (N: el Holocausto nazi) ? Pensemos el mismo ejemplo con el genocidio armenio, o con cualquier otra situación comparable.
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Aún hoy, la “Conquista de América” se celebra, y, si bien en los últimos años hubo muchos avances en la conciencia de lo que realmente sucedió, en las escuelas, por ejemplo, se sigue omitiendo gran parte de la historia. Pocos son los casos en que en una escuela primaria se les cuenta a los alumnos que durante los siglos que duró la colonización murieron 70 millones de personas, es decir, el 90% de la población aborígen.
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70 millones de personas. Setenta. Para dimensionarlo, pensemos que es una cifra similar al doble de la población argentina actual. Es inevitable sentir escalofríos. Sabemos, eso sí, desde la primaria, que uno de los primeros desembarcos de Colón fue en la isla que luego denominaron “La Española” (actualmente, Haití y Santo Domingo). Lo que muchos desconocen es que en ese momento, la isla contaba con un millón de habitantes. Y tan sólo cincuenta años después, quedaban solamente 500.
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Los casos particulares, aunque su relato pueda ser crudo y parecernos sensacionalista, también son situaciones que ayudan a tomar dimensión del genocidio. En una carta fechada en 1516, un grupo de sacerdotes dominicos escribe, con horror, al Ministro de Carlos V que ciertos hombres “vieron una india que tenía un niño en los brazos, que criaba, y un perro que ellos llevaban consigo tenía hambre, tomaron el niño vivo de los brazos de la madre, echáronlo al perro y así lo despedazo en presencia de su madre.” Otro fragmento también da testimonio de la crueldad que los llamados “conquistadores” propiciaban, incluso, hasta a los niños. “Los tomaban de las piernas y los aporreaban en las peñas, o los arrojaban en los montes, para que allí muriesen.” Otros documentos indican que este tipo de sucesos eran moneda corriente, parte ya de la cotidianeidad de la conquista.
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La población americana fue diezmándose no sólo por el exterminio directo, es decir, el asesinato, sino que gran parte de la matanza se le debe a la explotación, tanto en las plantaciones como en las minas. La expectativa de vida de quienes eran explotados en las minas apenas superaba los 25 años. Además, los traslados forzosos de hombres a los lugares de trabajo fueron paralizando la formación de familias y la procreación. Muchas veces, ésta era evitada deliberadamente, ya que los aborígenes no querían tener hijos cuyo destino inequívoco sería la esclavitud. Traer un niño a este mundo significaba ofrecerlo a la explotación de los conquistadores. Otro factor importante fueron las enfermedades que los europeos trajeron consigo. Eran enfermedades desconocidas que se difundieron rápidamente entre la población.
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Así, poco a poco, la América previa a 1492 fue quedando sepultada, en la misma fosa que la historia misma de este exterminio. Ya nada podemos hacer por los que ya no están, por pueblos enteros que han desaparecido y que hoy sólo existen en libros de historia. Pero sí podemos desenterrar la historia, y dejar de festejar un falso y edulcorado “encuentro de culturas”, para pasar a conmemorar (y no ya celebrar) algo que sólo puede definirse con la idea de genocidio.